Si algo ha marcado nuestras vidas estos últimos dos años ha sido la pandemia COVID-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2. Asistimos inicialmente aterrados a la aparición de un nuevo virus, que desconocíamos, y que diezmó la población de muchos países e infectó a millones en todo el planeta. Ante este reto tan descomunal solamente cabía encomendarse a la ciencia, para que investigadores con talento y experiencia desarrollarán, o bien terapias o bien vacunas, que pudieran controlar la pandemia. Todavía no disponemos de tratamientos universales efectivos pero tuvimos la inmensa fortuna de contar con un grupo de científicos y científicas que aprovecharon sus largos años de experiencia previa para conseguir producir diversas vacunas contra la COVID-19 en un tiempo récord. Y lo hicieron con seguridad y eficacia, siguiendo todos los pasos que requiere el desarrollo de nuevos medicamentos. Estas vacunas contra la COVID-19, sin duda alguna, han sido esenciales para evitar la pérdida de muchos millones de vidas, que han podido salvarse gracias a ellas. Y nos han permitido recuperar, paulatinamente, algo parecido a la normalidad de la que disfrutábamos antaño. Simplemente por esto ya merecerían nuestro respeto y admiración.
La Fundación Princesa de Asturias ha dado un paso más, y ha galardonado, merecidamente, a siete investigadores que han sido cruciales en el desarrollo, directa o indirectamente, de varias de estas vacunas, las popularmente conocidas como Moderna, BioNTech/Pfizer y Oxford/AstraZeneca. Esta vez el Jurado no ha querido dejar nadie sin destacar, lo cual se agradece y engrandece la calidad de este premio. Los premiados de este año en el apartado de Investigación Científica y Técnica son Katalin Karikó y Drew Weissman, investigadores de la Universidad de Pensilvania que descubrieron en 2005 cómo estabilizar una molécula que, hasta entonces, se consideraba muy frágil, propensa a generar respuestas inmunitarias indeseadas y poco apta para las terapias: el ARN mensajero, el correveidile de la información genética entre el ADN nuclear y la fabricación de proteínas en el citoplasma de las células. Karikó tenía el ARN en su punto de mira desde que empezó a investigar, en su Hungría natal, en los años 80, y su perseverancia tuvo recompensa al coincidir con Weissman, con quien pudo combinar el ARN junto a las gotitas de grasa que lo transportan, llamadas nanopartículas lipídicas, cuya tecnología tiene su origen en las investigaciones de Philip Felgner, en 1985, otro de los premiados. Estas tecnologías permitieron a dos empresas, BioNTech y Moderna, desarrollar dos vacunas muy parecidas contra la COVID-19, con el ARN mensajero portador de la información genética de una de las proteínas del coronavirus, la de la espícula que lo caracteriza. Y por ello, los investigadores Uğur Şahin y Özlem Türeci, matrimonio y responsables de la empresa alemana BioNTech, y el científico y emprendedor Derrick Rossi, responsable de la empresa norteamericana Moderna, también han sido igualmente premiados. Finalmente, el jurado decidió destacar también a la investigadora Sarah Gilbert, líder de la vacuna COVID-19 desarrollada desde la Universidad de Oxford en colaboración con la empresa AstraZeneca, que exploró un nuevo formato de vacunas, esta vez usando adenovirus de chimpancé que habían sido ya desarrollados, con éxito, para una vacuna anterior contra el virus Ébola, como vectores para producir la misma proteína de la espícula del coronavirus.
Estos siete investigadores galardonados ya han coincidido en algún otro premio y a buen seguro coincidirán en más distinciones, dada la importancia de lo que han logrado. Somos muchos quienes creemos que, al menos alguno de ellos o varios, en alguna combinación, deberían recibir en los próximos años una llamada desde Estocolmo. Sería lo justo y confirmaría el buen acierto del Jurado de la Fundación Princesa de Asturias.
Este artículo lo publiqué inicialmente en La Voz de Asturias el 21 de octubre de 2021.