Vuelve la presencialidad. Pues sí, vuelven los eventos que solo se pueden vivir si asistes a ellos. No se retransmiten. No se graban. Solamente los disfrutan quienes asisten en directo. Solo ellos los retendrán en su memoria, recordando haber asistido.
Ahora nos parece raro, pero no debería ser así. Llevamos años funcionando de esta manera. Solo esta anomalía planetaria que ha sido (y es) la pandemia covid-19 nos ha mal acostumbrado a asistir a los eventos en directo pero a través de pantallas de ordenador, tablets o móviles, desde casa, desde el trabajo o desde cualquier parte del mundo donde nos encontremos. Todavía recuerdo cuando, a mediados de marzo de 2020, pocos días después del confinamiento, me dispuse a grabar mi primera charla remota para estudiantes de secundaria, y lo raro que me sentí hablando solo desde el comedor de mi casa a la pantalla de mi portátil. También hemos asumido que todos los eventos debían grabarse para poder ser consumidos a posteriori, cuando nos apeteciera, lo cual genera no pocos problemas. Para empezar logísticos y económicos para los organizadores, los eventos híbridos (presenciales y online) suponen un reto técnico y un gasto adicional, no siempre justificado.
Pero es que además, las charlas, todas, tienen un por qué relativo al entorno y al momento en que se imparten. Consultarlas a posteriori puede parecernos un beneficio pero distorsiona la idea inicial. Cuando tú hablas a una audiencia determinada has preparado la charla para esa audiencia y lo que cuentas siempre es relativo a ese momento preciso, a lo que se sabe (o lo que tú sabes) en ese momento, algo que necesariamente va a cambiar rápidamente. Yo, por ejemplo, nunca repito una charla. Intento que todas están siempre actualizadas, y estoy seguro que muchos colegas hacen lo mismo. Por eso creo, tras reconocer que ha sido (muy) útil todas las intervenciones telemáticas que hemos podido disfrutar, cuando la movilidad y los coronavirus así lo aconsejaban, que deberíamos ir pasando pantalla (nunca mejor dicho), apagar los zooms y volver a la presencialidad. Y así recuperar los minutos de conversación distendida antes y después de cualquier evento. Disfrutar de la comunicación gestual, no verbal, de los apretones de manos o abrazos. En definitiva, volver a contribuir a la discusión de cualquier tema de la forma más espontánea y ágil, alejados de la dictadura del consabido «no se te oye, estás muteado», un clásico de cualquier evento online.
Tras los meses de confinamiento que todos padecimos y la proliferación de sistemas de teleconferencia (zoom, webex y similares) creo que todos experimentamos ese momento ajá! y pensamos que habíamos encontrado el futuro de las conferencias, de las reuniones y congresos. Incluso llegamos a pensar que el modelo de los congresos presenciales estaba en peligro de extinción, que se impondría el modelo de congresos telemáticos o híbridos, parcialmente o totalmente, retransmitiendo y/o grabando las presentaciones para visionado en directo o en diferido, sin darnos cuenta a veces de que, para visionar un evento de seis horas que se grabó y al que no pudimos asistir, necesitamos… otras seis horas! (que no siempre vamos a poder encontrar). Fueron meses de discusiones y debates sobre los modelos de reunión: presenciales, remotas o híbridas. Pero pronto nos dimos cuenta que el modelo híbrido tenía los problemas de los dos sistemas, de los presenciales y de los remotos, y suponía un reto logístico considerable, además de aumentar el coste de cualquier reunión. Cualquiera que haya organizado una reunión híbrida en estos dos últimos años seguramente estará de acuerdo con este comentario. Por eso, por ejemplo, decidimos prescindir del formato híbrido para un gran congreso internacional que estamos organizando en Bilbao para finales de mayo de 2023.
Nos dimos también cuenta de que la conversión de reuniones presenciales a online permitía programar no una (cuando era presencial) sino varias reuniones diarias (online), y eso rápidamente saturó nuestras agendas hasta tener jornadas imposibles con tres o más reuniones por zoom consecutivas, de temas diversos con gente situada en cualquier parte del mundo, en los que paulatinamente constatamos (mientras nos saturábamos) que no solo la productividad no avanzaba tal y como hubiéramos deseado, sino que retrocedía, pues perdíamos tiempo para pensar, para hacer cosas, más allá de conectarnos y asistir a una confererencia de bustos parlantes por internet. Pensad en esto: ¿a cuántas reuniones por zoom hemos asistido que podrían haberse resuelto con un intercambio de mensajes por email?
Dos ejemplos para ilustrar lo anterior, para documentar por qué pienso que estamos ya volviendo a la presencialidad y por qué este cambio creo yo que es imparable y era esperado (y deseado!) por muchos de nosotros. El primero de los ejemplos tuvo lugar el domingo 20 de noviembre por la tarde, cuando se estrenó en los cines Callao de Madrid el documental «El camino inverso» que glosa la trayectoria profesional del investigador Mariano Barbacid, fundador y primer director del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), centro en el que sigue investigando, a través de sus comentarios y reflexiones. El evento lo disfrutamos quienes asistimos, en directo, ese día. Nadie más, por el momento. El vídeo no está en YouTube, y probablemente no lo estará durante algún tiempo. De alguna manera fue como regresar a un tiempo antes de la pandemia. Si asistes al acto lo disfrutas. Si no asistes te lo pierdes y te tienes que contentar leyendo las opiniones de quienes asistieron. Así habíamos funcionado durante años. Y no nos fue tan mal. No tiene nada que ver visionar este documental desde el sofá de tu casa o hacerlo al lado de la persona protagonista, y poder comentarlo con él, antes y después. Absolutamente nada que ver.
El segundo ejemplo que ilustra la tesis de este artículo tuvo lugar el sábado 26 de noviembre, en la residencia de estudiantes del CSIC. La directora del CBMSO, Lourdes Ruiz Desviat, y el resto de equipo de divulgación de este centro, organizaron un evento de divulgación singular: Ciencia Contigo, y nos invitaron a diversos investigadores y divulgadores, de temas muy dispares, a presentar nuestros temas, en una serie de charlas y mesas redondas, con el prefijo «bio» de común denominador de todas ellas. Fue un acto espectacular. Tanto participar en él con una charla como escuchar al resto de ponentes. El evento no se grabó ni se retransmitió. Solo las personas que llenamos el (pequeño) salón de actos de la residencia de estudiantes disfrutamos del evento y lo recordaremos y contaremos.
Yo reconozco haber pasado por todas las fases del duelo. Es decir, primero el desconcierto de no poder celebrar reuniones presenciales. Seguidamente la desconfianza y falta de experiencia organizando y participando en reuniones online, remotas. Todos tuvimos que hacer un máster urgente en conectividad telemática. A continuación la explosión de actos remotos, en directo y en diferido, y la esperanza de poder combinar eventos presenciales y remotos. El furor pasajero de los eventos híbridos, que rápidamente desapareció, al constatar que suponían una mayor complejidad, y un mayor coste, para la organización de cualquier evento. Y, finalmente, tras mejorar todos los índices de la pandemia, tras la vacunación masiva colectiva y la infección de prácticamente toda la población con el coronavirus, la vuelta a los eventos presenciales. Primero tímidamente y progresivamente con más decisión y convicción. Y con una sonrisa en los labios. Reconfortados, felices de regresar a la interacción personal, al diálogo directo, presencial, que, en mi humilde opinión, nunca debimos abandonar.
NOTA FINAL: es evidente que las reuniones remotas tienen también su parte positiva. Por ejemplo, a nivel de formación y conexión con Latinoamérica, fue impresionante descubrir cómo los eventos online que organizábamos desde España en nuestra tarde eran seguidos por muchas personas en países de América Central o Sudamérica, en su horario de mañana, y estoy seguro que esto contribuyó a reforzar los lazos entre España y Latinoamérica en muchos ámbitos, como en la investigación científica y con las asociaciones de pacientes. También habrán contribuido las reuniones remotas a reducir el gasto de viajes, y a reducir la huella de carbono que dejamos tras ellos. Supongo que una conclusión más sensata sería constatar que la organización de reuniones de forma remota puede seguir siendo una solución para determinadas circunstancias, pero creo que no debería ser el formato de elección y por defecto que adoptáramos para compartir conocimiento y aprender los unos de los otros.
Pero debería mantenerse la opción online para que podamos participar las personas que estamos privadas de movilidad, por favor.
Por supuesto Miguel, pero siempre y cuando esto sea posible.
Por favor, no nos olviden a lo que vivimos «en provincias», fuera de las grandes urbes que acaparan los mejores medios, las mejores instituciones cientificas y las mejores mentes, pues sin el acceso a los contenidos on-line no tendríamos forma de actualizar nuestros conocimientos ni de disfrutar, aunque sea de lejos y privados del trato personal, de sus charlas, debates, congresos, simposios y demás formatos de comunicación científica. Por favor, sigan alimentando nuestro ansia de aprender, aunque sea en formato telemático.
Se muy bien que usted está firmemente comprometido con la divulgación y que siempre piensa en nosotros. Gracias por su labor y por su encomiable esfuerzo.
Por supuesto seguirán habiendo poderosas razones, siempre que sea posible, para ofrecer alternativas telemáticas a las charlas tradicionales.
En relación al comentario anterior. Me encantaría poder tener acceso al documental «el camino inverso» y poder mostrárselo a mis alumnos en el modesto instituto donde trabajo.
Espero con ansia que lo abran al gran público, incluso si es de pago.
De momento, Javier, este documental solamente se podrá disfrutar en las proyecciones que se organicen. Estate atento.