Hay noticias que, por temidas e imaginadas, no querrías nunca confirmarlas. Sueñas con apartarlas y no tener que darlas. Pero la dura realidad te golpea, se olvida de tus sueños y te recuerda que somos personas frágiles, que podemos enfermar y que, a pesar de todo nuestro conocimiento científico acumulado, todavía son demasiados los aspectos que ignoramos de nuestro cuerpo, y de lo que deberíamos hacer para curarlo cuando deja de funcionar correctamente.

El miércoles 16 de septiembre de 2020, en las primeras horas de la tarde, nos dejó un gran investigador, un buen colega, un amigo. Muy conocido, querido y admirado por muchos investigadores, de dentro y fuera de nuestro país. Un referente para todos. Ayer falleció José Luis Gómez Skarmeta, Profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD-UPO/CSIC) en Sevilla, centro que él co-fundó y contribuyó enormemente a levantar, hasta alcanzar el enorme prestigio nacional e internacional que tiene hoy en día. Él, que parecía imbatible, inasequible al desaliento, una fuerza de la naturaleza, no pudo superar las complicaciones derivadas de un cáncer que le había sido diagnosticado hacía algo más de un año, y que se lo llevó muy pronto, demasiado pronto.

Porque José Luis era un apasionado de la buena ciencia, vehemente en todo como pocos, sagaz, visionario, valiente, innovador, con un empuje extraordinario y con un gran talento que derrochaba en todos los trabajos que lideraba o en los cuales colaboraba. Probablemente una de las últimas entrevistas que le hicieron se publicó a principios de julio de 2020, por la Delegación del CSIC en Andalucía. Vale la pena revisarla pues en ella encontraremos al José Luis de siempre, el que recordaremos. Su campo de trabajo era la regulación de la expresión de los genes, y su relación con el desarrollo embrionario y con la enfermedad. Y también los aspectos evolutivos que de todo ello podían derivarse. Campo complejo a la vez que fascinante que él contribuyó de forma muy importante a desarrollar con sus estudios y numerosas publicaciones.

José Luis nació en Santiago de Chile pero se trasladó a España, primero a Sevilla, donde completó sus estudios preuniversitarios. Fue entonces cuando oyó hablar de las leyes de la herencia de Mendel y decidió que estudiaría genética. Después se mudó a Murcia, donde se licenció en Químicas (especialidad Bioquímica) por la Universidad de Murcia en 1989. En Murcia coincidió con el bioquímico Rafael Peñafiel, que también ha fallecido en 2020. Se doctoró por la Universidad Autónoma de Madrid en 1995, tras realizar su tesis con quien José Luis describía como su segundo padre: el biólogo del desarrollo Juan Modolell, en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO). Tras su tesis regresó a Chile, a la Universidad de Chile, donde intentó empezar a trabajar en genes del desarrollo de la rana Xenopus, aunque pronto se dio cuenta que no encajaba allí y un par de años después decidió regresar de nuevo al CBMSO y de ahí ya saltar al CABD en 2003, centro en el que desarrollaría la mayor parte de su trabajo en los últimos años. El mismo nos resumió su trayectoria científica en una estupenda entrevista realizada por la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (SEBBM).

Conocí de cerca a José Luis tarde, debido a que el maldito azar nos situó a ambos lados de una mesa de tribunal al que él se presentó por vez primera para acceder al CSIC. Y no salió elegido y protestó. Y tenía toda la razón. Lo siguiente que compartimos fue un Curso Nacional de Genética en Carmona, en 2006, que organizamos conjuntamente para la Sociedad Española de Genética (SEG), lo que me permitió compartir muchos ratos, cervezas e ideas con él. De ahí surgió una amistad que se ha mantenido en el tiempo. Los dos tenemos buenos amigos y colegas comunes en Murcia, y eso nos unió también en muchas ocasiones. Repetí como organizador del Curso Nacional de Génetica en 2019, y de nuevo invité a José Luis, que nos regaló una de sus charlas apasionadas memorables.

En los últimos años colaboramos en diversos proyectos y publicamos conjuntamente varios artículos, el último de los cuales justo acaba de ser aceptado. Se lo comuniqué hace un par de semanas. Y naturalmente se alegró un montón. Últimamente siempre me decía “cada vez que nos vemos o hablamos es para un paper distinto, a ver si quedamos para hablar de otras cosas”. Teníamos pendiente una conversación para hablar de la vida, de nuestros hijos, del futuro… ya no podrá ser. ¡Qué tristeza más grande! La generosidad que transpiraba, su predisposición a colaborar, el haber ayudado a tantos investigadores jóvenes a progresar, su papel como mentor y referente… son valores que se repiten estos días en todos los mensajes y comentarios sentidos que se han publicado espontáneamente por muchos colegas suyos, tanto nacionales como internacionales. Y en el obituario publicado por la Delegación del CSIC en Andalucía.

En 2017 le concedieron el Premio Carmen y Severo Ochoa de Investigación en Biología Molecular y en 2019 fue nombrado miembro de la EMBO, la organización europea de biología molecular. Se nos va un estupendo investigador, un excelente colaborador, un querido amigo. ¡Qué agujero más grande que queda! ¡Qué difícil será rellenarlo!